miércoles, 24 de septiembre de 2025

Educación Superior y Convergencia Territorial

El sistema de educación superior chileno se caracteriza por una dinámica compleja donde coexisten tanto la competencia como la cooperación entre una amplia diversidad de instituciones desplegadas por todas las regiones del país, que buscan destacarse a la vez que reconocen la importancia de colaborar para abordar desafíos comunes y mejorar la calidad de la educación superior en su conjunto. La competencia se manifiesta principalmente en la búsqueda de estudiantes, recursos y reconocimiento, mientras que la cooperación se observa en iniciativas de colaboración para mejorar la calidad, la investigación y la internacionalización. 


Por otro lado, en Chile existe una marcada heterogeneidad en los niveles de desarrollo a nivel regional, con disparidades significativas entre las distintas zonas del país que se manifiesta en diversos aspectos, incluyendo la economía, el acceso a servicios básicos, la calidad de vida y la concentración de la riqueza, lo que constituye un problema complejo, que demanda de un abordaje integral que implica políticas públicas diferenciadas, descentralización efectiva y una mayor inversión en capital humano. 


En este escenario, el concepto de convergencia universitaria territorial ha de emerger como un desafío singular para el desarrollo de Chile y sus regiones, lo cual puede abordarse desde múltiples dimensiones, en una noción en construcción que ha ido tomando forma a partir de diversos procesos de transformación en la educación superior, especialmente en contextos de globalización, digitalización y cambios en los modelos de gobernanza universitaria. 


Nos referimos en este caso al proceso mediante el cual se propicia que las universidades tiendan a alinearse, integrarse o coordinarse entre sí en torno a ciertos estándares, prácticas, estructuras, valores o propósitos comunes, tanto a nivel nacional como internacional y así también territorial regional. Ello ha de manifestarse en áreas como la gestión académica, la docencia, la investigación, la vinculación con el medio, la innovación curricular y el uso de tecnologías.


Más allá de la competencia y los esfuerzos de diferenciación que las instituciones despliegan, para que el desarrollo académico sea funcional y pertinente a la diversidad territorial de Chile, es preciso pensar en un proceso de articulación de planes de estudio, donde se propicie el desenvolvimiento de un marco de desarrollo básico de competencias genéricas y profesionales comunes, con trayectorias formativas construidas también localmente, visualizando lo global con enfoque de desarrollo regional. Así también, tanto como se despliega un esfuerzo constante de integración institucional a redes internacionales de investigación, es clave armonizar aquello en función de agendas científicas locales, basadas en calidad, eficiencia y transparencia.

   

Avanzar en mayores grados de convergencia territorial de la educación superior no implica forzar la uniformidad, sino más bien apostar por una articulación estratégica y flexible entre instituciones en pro de su calidad, relevancia e impacto sobre el desarrollo de nuestras regiones. Constituye ello un desafío multidimensional, que requiere un equilibrio estratégico entre la cooperación y el fortalecimiento de la identidad y autonomía de cada institución, de manera tal que el avance hacia estándares globales no desarticule a nuestras universidades regionales de su pertinente atención a las necesidades locales.


*Columna publicada originalmente en Hora12

jueves, 10 de julio de 2025

Educación Superior para el Desarrollo Productivo de Chile y sus Regiones


A partir de la década de 1990, Chile ha desplegado una intensa y exitosa agenda de inserción económica internacional, sobre la base de una activa estrategia de acuerdos comerciales en tres grandes bloques de comercio internacional: NAFTA, UE y APEC. Ello propició la expansión del comercio exterior chileno, merced a una extendida diversificación de mercados de destino, abriendo múltiples oportunidades de nuevos mercados para la producción nacional. Ahora bien, no obstante, una tarea aún pendiente ha sido alcanzar logros similares en diversificación productiva.


En efecto, es cierto que han emergido una cantidad no despreciable de nuevas producciones que exitosamente se han insertado en diversos mercados de destino global. Sin embargo, nuestra canasta exportadora mantiene una fisonomía más o menos similar durante tres décadas, signada esencialmente por producciones intensivas en recursos naturales. Por ello reiteradamente se señala la importancia de agregar valor a nuestra producción de exportación, fortaleciendo procesos de innovación mediante el desarrollo de la ciencia y tecnología. No obstante, ello ha sido bastante más difícil que la apertura y la diversificación de mercados de destino.


En este ámbito, cabe pensar en las fortalezas que Chile ha logrado desarrollar en su expansión de su educación superior. Desarrollar sobre este potencial una estrategia articulada que vincule la generación de conocimiento con las necesidades del aparato productivo, el desarrollo territorial y los desafíos sociales y ambientales del país es una tarea que ha de desplegarse con apoyos más activos y explícitos hacia la cooperación, que focalice de manera inteligente áreas prioritarias de investigación y desarrollo tecnológico basadas en las ventajas hasta hoy desarrolladas y sus necesidades estratégicas. Y a partir de ello, desplegar una inversión sostenida en laboratorios, centros tecnológicos y plataformas colaborativas de investigación aplicada, alineado con el fomento al capital humano avanzado y la atracción y retención de talento.


Sobre esta base, se viabilizaría con mayor vigor el surgimiento de empresas de base científica y tecnológica desde el sistema de educación superior, derramando a su vez conocimiento crítico y estratégico hacia la formación de nuevos profesionales, con foco en el futuro. Por cierto, apostar por ello requiere de una mirada descentralizadora de la ciencia y tecnología, potenciando la rica diversidad territorial de Chile, fortaleciendo la inversión tecnológica en regiones, articulando estratégicamente a las universidades desplegadas por todo el territorio nacional.


Y es que Chile posee un sistema de educación superior con capacidades relevantes, muchas de ellas localizadas en regiones de gran potencial, donde el Biobío emerge con especial fortaleza. Sin embargo, sin estrategias explícitas de articulación, que fomenten la colaboración multisectorial, tendrán un acotado impacto en el desarrollo productivo. Reconocer por tanto el rol de las universidades, la ciencia y tecnología, no sólo como herramientas de generación de conocimiento, sino como motores de transformación productiva y diversificación sostenible, hará de nuestro sistema de educación superior un agente cada vez más activo del desarrollo territorial, económico y social de Chile y sus regiones.


* Columna publicada en Hora 12