viernes, 6 de marzo de 2020

A Una Década del 27-F

Este 27 de febrero se cumplirá una década de aquel terremoto que golpeó nuestro país el 2010. Si bien, dada su inmensa magnitud, sus efectos se hicieron sentir en gran parte de nuestro país, recordamos que nuestra región del Biobío se encontró entre las más afectadas, especialmente porque también sufrimos el fuerte tsunami que posteriormente impactó nuestras costas, destruyendo muchas localidades ya devastadas por el sismo. 

Junto con el sufrimiento, recordamos también algunas indecisiones y lentitud de respuesta de diversos organismos y autoridades de la época, que significaron luego angustias para una ciudadanía que demandaba atención. Emerge la importancia de descentralizar y otorgar mayor poder de decisión a las autoridades locales; intuimos la dificultad para actuar flexible y oportunamente desde estructuras centralizadas y territorialmente lejanas a las urgencias locales, que pueden emerger entre la diversidad y extensión territorial de nuestro país. Así lo vimos hace menos de un año, como algunos aprendizajes del 27-F se capitalizaron, demostrando nueva capacidad de reacción de la ciudadanía, cuando a Talcahuano le tocó afrontar el paso de un tornado que, si bien con efectos más acotados, puso de nuevo a prueba la fortaleza de los habitantes de la comuna puerto. 

Tres aprendizajes revelan de aquí la importancia de descentralizar. Lo primero, señala la necesidad de institucionalizar una gestión territorial que permita capitalizar el aprendizaje socialmente construido en toda una historia de emergencias. Los actores sociales han aprendido de la convivencia con eventos que le han golpeado, incluso plasmando ello en instancias como el Departamento de Gestión Integral del Riesgo de Desastres con el que hoy cuenta Talcahuano. Pero aún más, se produce en la comunidad un aprendizaje estratégico capaz de traducirse en acción colectiva que agiliza las tareas de reconstrucción y colabora con las instituciones públicas, que enfatizan su rol coordinador para avanzar más eficientemente en tareas de reconstrucción.

En segundo lugar, es preciso fortalecer el liderazgo de las instituciones del territorio, para que puedan actuar como nodos que empoderan a los actores del territorio, promoviendo el potencial de acción colectiva emergente. Ello implica desenvolver un trabajo articulado, complejo y conjunto, donde son los propios habitantes quienes se transforman en sujetos activos en la reconstrucción del territorio, articulados en un espacio común de trabajo local.

En tercer lugar, fortalecer el rol que la ciudad cumple como espacio propicio para la activación de redes, asociatividad y cooperación. Al respecto, la ciudad es espacio privilegiado para la interacción de visiones, aprendizajes, recursos y capacidades diversas, que son elementos singulares para la innovación social y la eficiencia colectiva que suele desencadenarse en coyunturas críticas. Fortalecer ello con diversas instancias de encuentro, más allá de las coyunturas, puede constituirse en un factor singular de desarrollo territorial.

En el fondo, se requiere descentralizar y transformar formas de organización, con nuevos actores, nuevas visiones y capacidades de intervención en planes complejos, de impacto y fuerza multisectorial, con contenido de innovación social local en un margen de flexibilidad, que permita enfrentarse a la contingencia y a los desafíos que naturalmente nos impone el desarrollo.

* Columna de opinión publicada en Sabes.

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