Las tecnologías de información y comunicaciones presentan un amplio potencial de desarrollo en los más diversos ámbitos. Ya en plena crisis COVID-19, donde ha imperado la búsqueda de reducir actividades presenciales para intentar lograr efectivamente el necesario aislamiento social recomendado para hacer frente a la pandemia, las TICs han mostrado parte de sus potencialidades. En la práctica, muchos bienes y servicios han podido circular con una mejor eficiencia, merced a las TICs, que en caso de no haber contado con estas tecnologías en el contexto de pandemia.
Es en este escenario que las TICs han estado implementándose, más vigorosamente que lo que veíamos hasta hace poco, en el ámbito de la educación. En varios casos ello ha sido con sentido de urgencia, dado al impedimento de otorgar educación presencial; en otros, se ha dado en un contexto relativamente más planificado, en función de plataformas que venían paulatinamente implementándose; y en otros casos, los menos, ello ha ocurrido en virtud de una vocación de larga data, ligadas a modalidades de educación online, a distancia o educación flexible.
En este sentido, por estos días en que se están recogiendo experiencias sobre la implementación de las TICs en la educación, vale la pena prospectar como ello puede propiciar o limitar, el abordaje de los desafíos que en el plano educativo emergen a Chile. En este plano, resalta particularmente la necesidad de generar mayores niveles de equidad, donde los desequilibrios de calidad presentan diversidad de expresiones, recogidas en distintos indicadores que cada tanto tiempo nos recuerdan las diferencias existentes entre distintos segmentos educacionales.
Aquí, frente a lo estratégico que es contar una educación más equitativa y de calidad, emergen las desigualdades territoriales, evidentes en el rezago de las zonas alejadas de las zonas centro. Ello demanda incorporar variables geográficas y espaciales, que en interacción con lo social y cultural, permitan relevar el enfoque territorial para el desarrollo de la educación, lo que es relevante para todo lo educativo en general y ahora, particularmente frente los requerimientos tecnológicos vinculables a lo educativo. En este ámbito, aparecen tres aspectos que, de no atenderse, pueden hacer que la implementación de TICs en educación incluso profundice inequidades territoriales.
Primero, la tendencia a focalizar servicios en territorios con mayor aglomeración de población, siendo funcional a generar mayor cobertura con recursos limitados, tiende a postergar la conectividad de la población que no se ubica en grandes núcleos territoriales urbanos, relegando a las zonas rurales. Segundo, es evidente que hay importantes sectores socioeconómicos que, aun contando con cobertura, adolecen aún de conectividad deficiente. Y en tercer lugar, la multiplicidad de requerimientos técnicos, derivados de la fragmentación de instituciones, tiende a imponer limitaciones a la implementación articulada y eficiente de tecnologías estandarizadas, que eslabone oportunidades educacionales niveladas y distribuidas armónicamente.
Por ello, para que las TICs puedan efectivamente distribuir equitativamente sus potencialidades en educación se precisa de una distribución de recursos tecnológicos territorialmente pertinente y con mayor grado de descentralización, para que estos desarrollos se hagan en función de proyectos educativos estratégicos funcionales a las características territoriales, superando la visión generalizada de que las TICs por su sola implementación generarán beneficios y avanzar por tanto hacia una sintonía fina de su pertinencia en función de las realidades territoriales, donde todavía hay un amplio espacio donde es necesario avanzar.
*Columna publicada por SABES
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