Por estos días ha emergido el debate respecto a la posibilidad de un regreso a las aulas de alumnos y profesores en un intento por retomar clases presenciales. Se revelan dos visiones, cada cual con legítima argumentación, unos por animar un paulatino retorno en la medida en que la evolución de la pandemia lo va permitiendo y otros abogando por alcanzar las condiciones de seguridad suficientes que no pongan en riesgo la salud de todos quienes forman parte de la comunidad educativa.
Dos formas de ver el futuro educacional de corto y mediano plazo donde también vale la pena prospectar algunos elementos que podrían estar en el centro del tema, como por ejemplo, por citar algunos, la evidencia de que no todos los hogares cuentan conexión a Internet regular y más aún, en muchos casos se adolece incluso de falta de computador; o bien el que aún contando con el acceso a ello, en muchos casos se adolece de la preparación digital que permita explorar todas sus potencialidades y para seleccionar información estratégicamente relevante en el océano de datos que la red aporta; o bien, derivado de todo lo anterior, el interés que las TICs generan como herramientas de aprendizaje y de las posibilidades de todas las familias de efectivamente apoyar el aprendizaje autónomo que suponen las actividades educativas en red.
No obstante, mientras más apoyos se articulen para superar las dificultades anteriores, poco a poco se irá avanzando hacia la convergencia, abordando desigualdades que en todo caso ya existían antes de la pandemia. Equivale a pensar que no obstante las dificultades, tal vez las urgencias actuales deben también eslabonarse a una mirada de futuro que señale una educación que articule virtuosamente lo presencial y lo virtual, en línea con la necesidad de incrementar la capacidad de integración de herramientas y medios que permitan fortalecer la educación más allá de la superación de la pandemia, que por cierto algún día se logrará.
Para avanzar hacia ello es sugerente pensar en un proceso donde, por cierto, lo presencial seguirá estando en el corazón del sistema, pues es cierto que el dominio interpersonal de la comunicación es clave en lo educativo, donde el aula y la escuela muchas veces toma forma de espacios de aprendizaje y conocimiento para una comunidad que avanza hacia una identificación social sistemática de conocimientos tácitos potencialmente distribuibles socialmente. Aun cuando éste tipo de instancias hoy se ven limitadas, sabemos que resultan estratégicamente relevantes en la educación y no será posible ni recomendable reemplazarlas por lo virtual.
No obstante, complementariamente ha ido quedando en evidencia la necesidad de fortalecer capacidades para aprovechar toda la potencialidad de los dominios documentales, donde libros, informes, revistas, publicaciones y por cierto la web, cumplen el rol de enlazar lo sistematizado, hacerlo comprensible y luego extensivo hacia una amplitud de comunidades, a manera de socializar el conocimiento sistematizado. Finalmente, sobre esta base, aprovechar las oportunidades que las tecnologías otorgan y que en estos meses se han explorado para generar espacios masivos de difusión de conocimiento especializado, avanzando paulatinamente hacia su utilización también como como herramientas de interacción.
Imaginando un proceso de este tipo, se abre un amplio desafío pues, aún a pesar del carácter eficiente y masivo de las TICs, todavía no se ha internalizado la cultura de interacción que propician las redes sociales y las nuevas tecnologías como un espacio para dialogar y hacer más participativos y colaborativos algunos procesos de aprendizaje y por ello, el asumir esta perspectiva no implica basarse en la mera utilización y disposición de las nuevas tecnologías, sino que más bien prospectar ahora su utilización con sentido, quedando abierto por tanto un amplio espacio donde innovar de manera emergente y situacional, en beneficio de una mejor educación para el futuro de Chile.
* Columna Publicada por SABES
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