¿Qué factores actúan como especiales motores del impulso innovador en la empresa? La respuesta a esta interrogante parece muy relevante, toda vez que se habla de cambio y de la necesidad de innovación pero muchas veces no se repara en que ello ha de tener su fundamento en algunos factores explicativos necesarios de relevar.
Al respecto, Michael Porter observa que el proceso de construcción de ventajas competitivas y la innovación de las empresas se encuentra fuertemente mediatizado por las fuerzas de mercado, donde cinco fuerzas competitivas impulsarían el proceso estratégico innovador de las empresas: rivalidad de la industria, amenaza de potenciales entrantes, amenaza de productos sustitutivos, poder de negociación con consumidores y poder de negociación con proveedores. Según sea la intensidad con que operan estas cinco fuerzas, las empresas se verán impulsadas a innovar; así, ya rescatamos que el grado de exigencia del entorno y las amenazas del mercado actúan como un aliciente poderoso para el impulso innovador de las empresas.
Es decir, es relevante entonces exponer a la empresa a una fuerte presión del mercado y la competencia y a su vez interactuar con consumidores exigentes, pues ello sería una fuente decisiva de aprendizaje en las empresas. Por cierto, en contextos económicos usualmente concentrados estas presiones resultan ser mucho menos intensas y por lo tanto, habría un elemento que no potenciaría el impulso innovador. Quizás por ello se evidencia mayor retraso relativo en algunas industrias muy concentradas, con bajo poder de negociación de clientes y escasa rivalidad de mercado.
Por otro lado, aunque derivado de lo anterior, aparece la capacidad de aprendizaje como un factor cardinal de competitividad en el escenario económico contemporáneo. En este sentido, se sostiene que el desempeño competitivo de las empresas depende directamente de la capacidad de aprendizaje y adaptación a las cambiantes condiciones tecnológicas y del mercado, siendo los más competitivos aquellos que logran innovar en procesos, productos y formas de organización. En este ámbito, Lundvall se refiere derechamente a la “economía del aprendizaje”, para dar cuenta de que, así como el conocimiento y la información parecen estar adquiriendo características de bienes perecederos, en cuanto a que lo que en un momento es información clave, en el corto plazo, es altamente probable que deje de serlo y se vuelva conocimiento obsoleto, lo que realmente es un factor crítico en la actualidad es la capacidad de adquirir información y procesarla adecuadamente para transformarla en conocimiento que permita construir nuevas competencias para la empresa.
De lo anterior, se deduce que el éxito competitivo reside en la capacidad de absorber los cambios, aprender de ellos, adaptarse al entorno y, a partir de ahí, generar nuevos cambios, provocando en definitiva la innovación y la ventaja en el mercado.
Respecto a los factores que incentivan el proceso anteriormente descrito y son determinantes en la capacidad de aprendizaje, se identifican como elementos cardinales, por una parte, la alta exposición al cambio, en relación con la mayor amplitud de agentes y actividades generadoras de complejidad en las actividades de las empresas y, por otra parte, la alta capacidad para absorber dicho cambio, en el sentido del grado y capacidad para traducirlos en estrategias concretas, por parte de las empresas. De esta forma, se vuelve a distinguir entonces, como elemento cardinal, al mercado y las presiones competitivas que éste puede generar, como aspectos especialmente incentivadores del proceso innovativo para las empresas.
Con todo, en lo expuesto se aprecia que es imperativo, en la construcción de la ventaja competitiva en el marco del escenario actual, la capacidad de innovación constante en función de la mayor exposición a entornos exigentes, donde se promueven prácticas económico productivas conducentes al cambio y al avance técnico continuo, ya sea en procesos de máxima eficiencia, como en productos con grados crecientes de singularidad y diferenciación.
En la práctica, un elemento tan básico como la apertura creciente de las operaciones empresariales hacia el entorno y la exigencia y la presión aguda que la empresa afronta y que a veces soslayamos, constituye un incentivo poderoso para la innovación y ha de formar parte de un nuevo paradigma competitivo, que exige de una gestión más compleja, abierta al entorno y que se expone decididamente a nuevas presiones y exigencias, tanto como espacio de aprendizaje así como también como aliciente competitivo.
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