Una vez más emergen, está vez en medio de una pandemia que ha desatado una crisis sanitaria mundial, todas las insuficiencias derivadas de nuestra desarticulación social, que desde hace tanto tiempo se vienen poniendo en evidencia, por distintos actores y desde distintas esferas de actividad en nuestro país. En esta oportunidad, nos encontramos en una situación tremendamente excepcional y que, si bien no es desconocida en la historia de la humanidad, naturalmente extiende todo tipo de temores, incertidumbres y especulaciones en la sociedad, puesto que en el escenario de desarrollo contemporáneo no contamos con registros de actuación en contextos siquiera similares.
En efecto, resulta muy difícil que alguien se haya encontrado preparado para un escenario como en el que nos encontramos en este momento, en el cual vivenciamos un contexto de bruscas transformaciones que, tanto por su magnitud como por su urgencia, detona tensiones, angustias y ansiedades bajo las cuales por cierto los actores intentan desplegar sus propias medidas y mecanismos de pronóstico para mejor abordar la emergencia, cada cual desde lo que mejor sabe hacer.
No obstante, escenarios como el que nos toca afrontar no permiten una toma de decisiones individual y mucho menos descontextualizada de las acciones que nuestros pares se encuentran ejecutando en la sociedad; menos si lo que se quiere es dotar de eficiencia y fuerte sentido de pertinencia a las intervenciones que se desarrollan. Más todavía, enfrentamos desafíos comunes, de una envergadura tal, que se exige de acciones comunes, coordinadas y llenas de confianza entre los actores y las instituciones.
Y es aquí donde emergen de lleno nuestras insuficiencias de articulación social, una vez más, esta vez en un contexto que nos exige aprender a trabajar articuladamente, atendiendo urgencias en conjunto. Desde hace ya bastante tiempo que diversos estudios y desde distintos ámbitos de actividad se han venido planteando las carencias de espacios de aprendizaje y trabajo compartido, donde tenga lugar la asociatividad y el trabajo coordinado entre actores diversos, particularmente en nuestra región, pero también en todo nuestro país; y ello ahora se hace patente, una vez más.
Y es que la confianza, entendida como la esperanza firme que un actor tiene en que algo suceda o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como se espera, no es un fenómeno que emerja con naturalidad y menos una cualidad sistémica que se logre construir en plazos cortos, sino que exige de una tradición de trabajo conjunto de largo plazo, realizado de manera cotidiana, con sistemática transmisión de información y sobre todo mucho esfuerzo de coordinación.
La emergencia del COVID-19 hoy nos exige trabajar en un flujo eficiente de información y de coordinaciones estrechas entre actores e instituciones diversas y por sobre todo demanda que seamos capaces de confiar entre nosotros y nuestras instituciones ¿Cómo aprender a hacerlo aceleradamente si hemos postergado tanto la profundización de la articulación y el trabajo asociativo requeridos? He aquí otro desafío que nos impone esta emergencia mundial.
* Columna publicada en SABES.
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