La aparición y expansión global del coronavirus ha generado una serie de complejidades en cada espacio donde ha tenido lugar, tensionando en primer término y a todo ámbito el sector salud y derivando desde ahí un conjunto de desafíos hacia las más diversas esferas de la sociedad.
En este contexto, desde el ámbito económico productivo por cierto ya es sabido que se atraviesan momentos muy difíciles y se asume que, conforme la pandemia se extienda en el tiempo, la magnitud de los desafíos a enfrentar serán cada vez de mayor amplitud e intensidad. En efecto, en el ámbito económico productivo, los impactos que la evidente menor actividad genera, implican un conjunto de incertidumbres de corto plazo pero a su vez, alienta además interrogantes que apuntan a uno de los corazones de la competitividad actual, que gira en torno a las potencialidades y bondades derivadas de la aglomeración y concentración de actividades en torno a las ciudades.
Al respecto, hay tres factores donde los beneficios de la aglomeración se han expresado en las bondades de un modelo competitivo donde la actividad económico productiva se tiende a concentrar en grandes núcleos urbanos. Primero, la presencia de una dinámica empresarial revelada en ciudades con ambientes de negocios capaces de propiciar la generación permanente y sostenida de nuevas empresas y el desarrollo de estas empresas hacia el crecimiento de su escala, que las hicieran evolucionar de pequeñas a medianas unidades y de ahí pasar a ser grandes empresas. Segundo, la capacidad vinculable de lo anterior de desarrollar un mercado del trabajo en función tanto de una elevada y sostenida demanda de empleo por parte de grandes y sobre todo numerosas empresas instaladas en el territorio y por otra, de una elevada y sostenida capacidad de generación de capital humano calificado, que sea capaz de responder eficientemente a esa creciente demanda de empleo de alta productividad. Y en tercer lugar, la productividad del sistema económico productivo, que puede alcanzarse tanto por la vía de procesos de máxima eficiencia capaces de reducir y mantener costos acotados a través del potenciamiento de procesos basados en economías de escala o bien a través de procesos de alta capacidad diferenciación y especialización en los cuales las redes productivas cercanamente localizadas son estratégicas al momento de difundir de manera más eficiente el conocimiento y las capacidades de innovación y aprendizaje fundamentales en la actual economía del conocimiento.
Claramente, los tres factores expuestos dan cuenta de la importancia de la aglomeración y la concentración en torno a grandes núcleos, donde no tan sólo se aseguran grandes escalas de operación sino que también se propicia mayor eficiencia en la gestión de redes estratégicas para el desarrollo competitivo. Sobre esos mismos factores hoy, con la presencia del COVID-19, a lo menos vale la pena interrogarse sobre las posibilidades de sostener este tipo de competitividad, en un escenario donde lo clave es evitar el agrupamiento a grandes escalas de personas y agentes.
Tal vez, el comenzar a pensar en cómo desarrollar una competitividad más basada en pequeñas escalas, con uso más intensivo de conocimiento, redes productivas que aprovechen el trabajo coordinado a distancia, con mayor aplicación de tecnologías de información y comunicaciones, y una capacidad superior de especialización y productividad, sea relevante para abordar el desafío competitivo que está llegando y probablemente se quedará entre nosotros post COVID-19.
* Columna publicada por SABES
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